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Estación Cruz Verde - Rainer Pimstein

19/10/2023 00:00




­Estación Cruz Verde

De Rainer Pimstein ** 

En una estación del metro abandonada por cambio de rutas, se formo un gran caserón, donde muchos seres de la calle, llegaban de noche a protegerse. En un principio estuvo ocupado por cesantes y pordioseros; pero con el tiempo fue administrado por algunos trabajadores ambulantes de la ciudad, como vendedores de caramelos, vendedores de pilas para los radios, vendedores de frutas, vendedores de pequeños artículos como hojillas de afeitar, lápices, agujas e hilo, pega de zapatos, coladoras de café y cualquier otro artículo de utilidad para el hogar; que pudiera ser adquirido de paso, mientras se espera el transporte, sin tener que ir especialmente a una tienda que les llevaría mas tiempo.

A las líneas del metro, llegaba un chorro de agua permanente que había quedado de alguna tubería rota de la ciudad; pasada a llevar por alguna maquinaria que trabajo por allí. Este sector estaba siendo destinado a un improvisado baño y lavadero, que se notaba porque los vivientes habían desprendido algunos ladrillos de las paredes del cajón donde circulaba el metro, donde tenían depositados gastados jabones, maquinas de afeitar desechables, peinetas, cepillos de lavar, incluso una piedra pómez ya lisa a punto de ser desechada de tanto usarla.

Se calcula que habría 40 vivientes, ubicados en los espacios que correspondían a los comercios de la estación; donde solo existían los muros y techo, aunque ya transformados en pasajeras viviendas.
Aunque la mayoría de los que llegaban venían de provincias alejadas de la capital, sin una educación formal, sin embargo, guardaban un increíble respeto, por el sitio donde dormían. Había un orden entre todos los habitantes del lugar. Muchos trabajaban en las calles, los que se quedaban mantenían limpio el lugar y cuidaban las pertenencias de todos.

Había un grupo de ancianos, que cumplían la función de administradores, cuyo objetivo era prestar servicio a todas las personas que hacían vida, en el lugar, sobre todo a los que vinieran de lejos y anduvieran deambulando por la ciudad, sin tener donde dormir; como les había pasado a ellos. Solo que, habían establecido normas para aceptar a los que llegaban a solicitar cobija. Entre las normas estaban: mostrar respeto, no robar, mantener aseado su sitio de estancia, no hacer escándalos ni peleas, no consumir drogas ni alcohol. Cualquier problema debía ser consultado con los ancianos administradores.

En un sector de la antigua estación, existía un ducto casi vertical, utilizado para la ventilación del lugar; era como un túnel que conectaba el mundo subterráneo con el agitado mundo exterior. Esta chimenea era una maravilla tecnológica, que extraía el encerrado aire subterráneo y lo sacaba hacia afuera. Este fenómeno fue aprovechado por un aprendiz de Chef, que ocupo el sitio para montar una cocina. Con un poco de ladrillos, arrancados de los muros de la línea, armo un fogón y adopto la función de cocinero. Allí calentaba agua y siempre les tenia te caliente y panes viejos recalentados, desechados por una industria panificadora ubicada en las cercanías. De modo que el que llegaba con frio, hambre y sed, se acercaba a la cocina y tenia seguro, además del calorcito ambiental, un té caliente y un pan reacondicionado, en ocasiones con aceite y sal, o a veces con algún bocado compartido por alguno de los compañeros de calle.

Alberto vivía en el sur con sus 3 hermanas, que por allá las llamaban las 3 marías; porque una era María Rosa, la otra María Bernarda y la ultima María Isabel. Era una familia campesina que cultivaban ajo, cilantro y cebollín. Pero se vieron obligados a migrar, porque el rio en una crecida, se llevo la casa y la siembra. Las 3 hermanas se fueron a la casa de una tía y Alberto decidió ir a la capital a probar suerte. Lleno su morral con la poca ropa que tenia, también se llevo unos pocos ahorros que logro rescatar del baúl, trasladado más abajo por las turbulentas aguas. 

Con esas mínimas existencias, se monto Alberto en el tren hacia la capital. Como no tenia pasaje, en cada estación se bajaba y cuando este reemprendía la marcha, se volvía a subir. Este juego termino cuando se encontró frente a frente con el inspector, pensando que lo iba a regañar; sin embargo este le dijo: amigo, no siga en ese sube y baja, si va a la capital, ocupe este asiento para que duerma un poco, que todavía falta mucho para llegar allá. Creo que su gesto fue porque me parecía a un hijo de él, pensó Alberto. 

Ya en la capital, Alberto se cuadro el morral, se despidió del inspector, dándole gracias por su buena acción, y emprendió la caminata, viendo donde podía ofrecer sus servicios. La tarde estaba mostrando sus últimas luminosidades. Caminó y caminó hasta que diviso un poco de trabajadores charlando alrededor de un fuego. Era un sitio donde llegaban los frutos del país en cajones, la fruta se guardaba en depósitos refrigerados y los cajones de madera le servían a cargadores para prenderles fuego y calentarse por la noche. Con esos trabajadores Alberto pasó varias noches. Uno de los compañeros de ese lugar, fue Claudio, con quien hizo amistad. 

Una mañana, Claudio le dijo: de aquí a un rato llegan 4 camiones con uva que hay que descargar; trabajamos, hacemos un poco de dinero y después te llevo donde yo vivo, que allí puedes dormir mejor, si te aceptan los jefes del caserón.

A las 3 pm, Claudio y Alberto, iban llegando al caserón; en la puerta le preguntaron quien era el compañero, Claudio respondió: Alberto es mi amigo, un compañero de calle, esta noche lo presentaremos a los viejos, a ver si puede vivir con nosotros. Pasen, replico el que fungía como cuidador. Siguieron caminando; por el camino Claudio le dijo: esta noche, duermes en mi habitación, hasta que te asignen una exclusiva para ti. Por ahora, anda a prepararte para que estés presentable, en la reunión con los viejos, en la tardecita; aquí tienes un jabón, un peine y la afeitadora; por allá queda el baño o mejor dicho el chorro. 

Al rato volvió Alberto, con su ropa usada, pero bien aseado y peinado. Claudio, calculando que ya hubieran llegado los viejos, le dijo a Alberto: vamos que ya deben estar todos allí. Llegando al sitio, se observaba una sala grande, con un televisor al fondo y 10 viejos sentados alrededor de una mesa redonda. Entrando, pidió permiso, el que fue otorgado de inmediato por el que hacía de autoridad en el grupo. Claudio, lo presento como un amigo, compañero de trabajo, que venía del sur y que solicitaba si podía quedarse a vivir con nosotros. 

Les acomodaron 2 sillas en la mesa redonda y le dijeron a Alberto que explicara su situación: el conto? la tragedia del rio, que se había llevado casa y siembra y se vio obligado a migrar, que, sin mucho conocimiento, se decidió por venir a la capital, allí conto la historia del tren, después comenzó a rodar por las calles hasta encontrar unos cargadores que pasaban la noche calentándose alrededor de un fuego. Allí paso 4 a 5 noches. Después le preguntaron si había encontrado otros trabajos; si respondió este: también trabaje limpiando automóviles. 

Los ancianos, lo miraron de arriba abajo, y viendo que era un muchacho sencillo, sin aparentes malos hábitos, que había quedado en esa situación por circunstancias ajenas a su voluntad, como les había ocurrido a ellos mismos, aunque por diversas causas, así que lo aceptaron, diciéndole: Ud. puede vivir con nosotros, pero debe respetar a todos los que vivimos aquí, si sabemos que ha robado, debe irse, aquí tampoco permitimos juegos de azar como apuestas, naipes o el trompito de la suerte?Esta claro Sr. Alberto, si,si; muchas gracias por permitirme estar aquí con Uds.; juro comportarme bien, agrego. Entonces Bienvenido a nuestro hogar; esta demás decirle que aquí todos colaboramos con comida, verduras, frutas, conservas?en fin, todo lo que pueda conseguir. Todos los alimentos que traemos, se los entregamos a Gilberto, nuestro cocinero, que siempre nos tiene algo para mantenernos; aunque no sea mucho; Ud. sabe que algunos días se consigue, otros no; pero aquí entre todos nos ayudamos. Si alguno se enferma, juntamos dinero para comprarle algún remedio.

En eso, se irguió uno de los mayores diciendo: si no tiene trabajo, en la panadería donde yo trabajo, necesitan un amasador, que le parece?

Alberto, más en confianza, respondió: Yo sé muy bien como se hace el pan amasado, nosotros allá en el campo hacíamos pan en un horno de barro y se lo vendíamos a todos los vecinos. Si me dejan hacer un horno, podremos hacer 300 o 500 panes diarios y venderlos en la ciudad. Con la ganancia del pan, podemos mejorar mucho las condiciones de este hogar. Los ojos de los viejos se avivaron, mostrando interés, ya que habían conversado muchas ideas, pero nunca habían logrado llevarlas a cabo. 

Esta revolucionaria idea, despertó la mente de los viejos, que le dijeron al joven: díganos que necesita, cuanta gente es necesaria para el proyecto y podemos ocupar la sala al lado de la cocina para instalar el horno y construir un ducto agregado a la chimenea de la cocina, para que se vayan los humos, y el salón más pequeño del lado puede servir para guardar los materiales y/o amasar

Alberto y Claudio, quedaron de presentar el proyecto, con todo lo necesario, en 2 días más. Así ambos se despidieron de la mano con cada uno de ellos, como sellando un pacto ineludible.
A los 2 días llegaron Claudio y Alberto con un legajo de papeles donde los mayores, con un dibujo del horno y solicitando los materiales necesarios, a saber:
1.- 350 ladrillos base y horno (0,3x0,15x0,075 m).
2.- 8 sacos de cemento base y horno (42 Kg).
3.- 4 tubos de hierro, chimenea ( 0,25 m diámetro x 6 m largo ).
4.- 9 cabillas estriadas, refuerzo estructura base y horno ( 6 mm x 6 m largo ).
5.- 3 laminas hierro, puerta, respiradero, bandejas y bateas de amasar ( 1,2 x 0,8 m x 6 mm grosor ).

Después de discutir un rato, concluyeron: lo único que debemos comprar es el cemento, el resto de los materiales los podemos sacar de las antiguas instalaciones del metro. Esa misma noche citaron a los que se quedaban habitualmente, con algunas herramientas que disponían, para obtener al día siguiente, los diferentes materiales. Los ladrillos los sacaron de los muros del cajón de las vías, los tubos de hierro los sacaron de un antiguo Restaurant, que había dejado todo abandonado, las cabillas las sacaron de las barandillas de las escaleras y las láminas las sacaron de las puertas de acceso entre las boleterías y el tren. 

Luego le encargaron el cemento a 2 obreros que trabajaban en la construcción, quienes compraron los sacos a mitad de precio y en una semana completaron los requerimientos. Otra semana se tardo Alberto, Claudio y 2 ayudantes, en construir el horno, que lo probaron quemando una leña y determinando que los humos salieran por las vías destinadas a tal fin. Seleccionaron las 2 oficinas ubicadas al lado del cuarto del horno, una para guardar la leña y la otra para guardar la harina y el pan terminado, ambos en unas estanterías de hierro hechas con materiales de desecho. También construyeron 2 bateas de amasar y 6 bandejas, con láminas de desecho.

A las 3 semanas, la fabricación del pan estaba a punto de arrancar, faltaba comprar: la harina, la levadura, la sal, la manteca y algunos aliños secretos de Alberto. La harina y la levadura la consiguieron a crédito con el viejito que trabajaba en la panadería. Alberto, compro lo que faltaba, sin embargo había que nombrar al personal que trabajaría en esta improvisada panadería, cada uno con su función específica. No era problema porque varios habían trabajado anteriormente en panaderías.

Después de hacer una reunión con el personal disponible, Alberto asigno los siguientes trabajos:
1.- Pedro. Trasladar, cargar y descargar la harina y también el pan terminado.
2.- Rosalia. Preparar la levadura.
3.- Luis, Manuel,Ismael. Mezclar y Batir los componentes (manteca de cerdo, harina, sal, agua,levadura).
4.- Claudio, Alberto. Amasado manual.
5.- Rene, Arturo. Leudar la masa.
6.- Carlos, Anibal. Darle forma a los panes.
7.- Marcos, Ernesto. Hornear.
8.- Alvaro, Luis. Distribución, venta y contabilidad.

El pan resulto ser de muy buena calidad, de modo que como era una zona de abundante población, les pedían más y más. Comenzaron haciendo 300 panes a la semana, luego 500 y después de un año estaban entregando 1.600 panes a la semana, habían pagado sus deudas e incluso habían comprado de ocasión, un camioncito Dodge ¾ , de baranda, para repartir el pan.

Se habían organizado de tal forma que el Lunes era para mantenimiento. De Martes a Viernes, fabricaban el pan, haciendo 4 entregas semanales, quedándoles Sábado y Domingo libres que lo aprovechaban para ir a la playa en el camioncito, los que quisieran ir. Cada uno que viajara, colaboraba con una cuota fija para la gasolina y la comida en la playa. Allá se bañaban, otros jugaban damas o ludo, otros jugaban pelota, otros pescaban, otros buscaban piedritas y caracoles. Así le cambio la vida a un poco de viejitos, hombres jóvenes y campesinos desterrados.
                                                                                            
** Rainer Pimstein - Ingeniero forestal, catedrático 
* Pintura de horno para pan - Eva G.C.



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